El histórico acto de Rosario fue una de las movilizaciones no partidarias
más grandes desde la recuperación democrática. La Presidenta pareció conservar
algún reflejo y eludió la confrontación. La estrategia de guerra de Néstor
Kirchner fracasó. Ahora deberá ceder. Por su propia torpeza se quedó sin margen
para disimular la magnitud derrota.
Por Ignacio Fidanza
| 17:08
Se supone que Cristina Kirchner y los gobernadores y
funcionarios que la acompañaban en el deslucido acto de Salta son peronistas. Si
esto es así, la discusión con el campo hoy quedó saldada. El contraste entre la
histórica movilización de Rosario y la raleada concurrencia kirchnerista –que ni
las propias cámaras oficiales de la cadena nacional pudieron disimular-, fue
demasiado grande.
Se trató en rigor de dos categorías distintas. De un lado, un
auténtico acontecimiento social, una expresión popular genuina de ciudadanos
reclamando por sus derechos; y del otro, la caricatura de un partido que supo
encabezar movimientos históricos y terminó rehén de una visión clientelista,
monetaria y de una gran confusión ideológica, que lo aisló de las mayorías que
se expresaron en Rosario.
Bastaba ver las caras de los gobernadores que rodeaban a la
Presidenta para entender que no había nada parta festejar en un oficialismo en
el que ya se huele el aroma de fin de ciclo. Pero la orfandad oficial también se
palpó en los discursos.
La tribuna del campo planteó la agenda urgente que requiere el
país: Un modelo económico racional que permita aprovechar la oportunidad que un
mundo desesperado por alimentos le ofrece a la Argentina; la necesidad de
respetar la Constitución, la división de poderes, el federalismo; el reclamo
para que gobernadores, legisladores e intendentes vuelvan a representar a
quienes los votaron y dejen de ser meros empleados del poder central; el
reemplazo de una política que se impone a fuerza de sometimiento económico por
una que respete la dignidad; el hartazgo ante la corrupción y los negociados del
poder, como el tren bala, reiteradamente mencionado en los discursos
Fueron todas consignas profundas que enmarcadas por las más de
300 mil personas que se acercaron al Monumento a la Bandera, aguardan que surja
un nuevo líder que haga suya la agenda que ya delineó –acaso por cansancio y por
contraste-, la sociedad.
Encapsulados
Frente a esto se vio a un kirchnerismo más encapsulado y
autista que nunca. Los discursos del gobernador Juan Manuel Urtubey y la
Presidenta, naufragaron en una serie de consignas obvias, en un menú de
apelaciones tan generales como insustanciales, frente al momento crítico que
vive el país. No es eludiendo las definiciones como se conduce un proceso
político o se superan las tensiones de la sociedad.
Parecieron esas palabras vacías, apenas el refugio de un poder
que se sabe derrotado. Porque a esta altura ya está claro que el kirchnerismo
perdió la pelea contra el campo, que en rigor era una pelea contra la Argentina
profunda. Y es obvio que ningún gobierno –al menos de los que se dicen
democráticos- , puede vencer en una pelea contra su propia gente.
Ahora deberá soportar que una a una le vuelvan todas las
artimañas, las humillaciones y los maltratos que le dedicó a gente de trabajo
que sólo quería modificar una resolución que volvía improductivo su trabajo.
Contaminados
Es curioso como suceden las cosas. La historia está plagada de
ejemplos. A la larga suelen ser las propias fortalezas, o lo que se entiende
como tal, la ruina de los liderazgos más aplastantes. Néstor Kirchner edificó su
imperio en base a dos premisas: el sometimiento total de propios y extraños y la
acumulación ilimitada de recursos.
Este ADN político lo llevó a crear el conflicto más grande que
haya enfrentado, desatado por una desaforada voracidad fiscal, que no visualizó
que no hay humano en la Tierra que acepte un impuesto que se dispara hasta el 95
por ciento. Ese mismo ADN fue el que lo llevó a confrontar cuando debía
dialogar.
Hoy, el gobierno vive un verdadero trauma político. Por
primera vez tiene ante si un adversario más poderoso; por primera la sociedad no
acompaña sus posiciones y también por primera vez, sus tácticas de presión y
desprestigio valen tanto como la pólvora mojada. Es simple, perdieron.
Lo inteligente sería recoger el hilo lo más rápido posible,
ceder lo que haya que ceder y dar vuelta la página, para salvar lo que quede
después de semejante naufragio. Debería el gobierno dejar de hacerse daño, si es
que todavía está interesado en administrar con cierta cordura el país.
Ya está claro que la línea de confrontación, de apuesta al
desgaste, la división y el agotamiento que planteó Néstor Kirchner funcionó.
Pero lo hizo sobre su propia tropa, que lejos de esa fuerza monolítica que
imaginaba conducir, hoy se parece más bien a la desbandada de los persas en
Gaugamela, cuando hasta el gran rey Dario, huyó ante la embestida de la
caballería de Alejandro Magno.
Porque ahora, cuando comienzan las horas difíciles, se la vio
muy sola a la Presidenta. No estaba junto a ella en el palco salteño, el
implacable Néstor Kirchner que apenas dos días atrás había comparado al campo
con la Unión Democrática, en un pequeño acto en San Juan. Repliegue del poder
sobre las provincias más chicas y más necesitadas del presupuesto oficial.
“Estas contaminado”, le dijo Kirchner días atrás a un
apesumbrado José Pampuro
–quizás el hombre que más hizo por llevarlo al poder-, cuando
le pidió que modere la pelea con el campo.
Son varios en el peronismo los que, como Felipe Solá, creen
que llegó la hora de despedirse de Néstor Kirchner. Apuestan a que Cristina tome
finalmente las riendas políticas y para bien o para mal gobierne con sus ideas y
sus hombres. Para eso la votaron.
“Ni nosotros somos la Unión Democrática, como dijo un señor
que hace rato debió jubilarse, ni ellos son Perón y Evita”, sintetizó en su
discurso el líder de CRA, Mario Llambías.
Lejos de alineamientos y conflictos que nada tienen que ver
con el presente, el gobierno recibió hoy un mensaje que sólo un necio podría
desconocer: Es hora de cambiar el rumbo.