Tío Plinio
querido,
Para rescatar la presidencia caricatural de La Elegida, Kirchner, nuestro
Quijote sin encanto, debería dar un paso al costado.
“Chau, no va más”. Para
él, por un tiempo, no va más. Como en el tango de los hermanos Expósito.
Si
se aleja, podrá permitir la oxigenación del sofocante gobierno de la mujer que
designó. Y a la que no deja gobernar.
Con algunas incorporaciones, tres o
cuatro, patrióticamente sustanciales, puede darse vuelta al país. Como un
guante. En un plazo, tío Plinio querido, de 48 horas.
Claro que no es fácil lograrlo. Ninguna
novedad. Quienes
deben persuadirlo, para que Kirchner se corra, son los barones del
peronismo.
Los Sanchos.
Antes que sea demasiado tarde.
Aquí nadie aspira a colocarle la banda al
impresionante Cleto Cobos, el emblemático Radical Kash. Menos aún, y aunque sea
del corporativismo peronista, al popular Pepe Pampuro. El crédito imbatible del
Portal. O al apocado Fellner, que sigue en Jujuy. Tampoco apasiona demasiado la
alternativa perentoria de recurrir a los servicios profesionales del jurista
Lorenzetti. Otras experiencias amargas invalidan la ilusión convocante de la
Asamblea Legislativa. Para celebrar las elecciones anticipadas. Una demencia que
sólo puede beneficiar al nutrido conglomerado de Artemiópolis. A la atractiva
señora Graciela Romers. Al gran diseñador social Enrique Zuleta Puceiro, o a la
señora Del Franco. Y sobre todo a la ascendente Consultora Oximoron, que amenaza
con quitarles el trabajo a los numerólogos tradicionales.
Significa, tío Plinio querido, y para que quede muy claro, que no existe ser
racional que mantenga la menor intención de derrocar a La Elegida. Cabe
consignarse que tampoco nadie tiene la menor posibilidad de imaginar un delirio
semejante.
A pesar de las conspiraciones, indirectamente cotidianas, del
marido. El que debe dar el paso al costado y dedicarse, junto a Galerita, a
Racing, como escribió Dante Lucero Peña.
A La Elegida hay que respaldarla.
Para que continúe con la ficción formal del gobierno, torpemente implosionado.
Por la conducción, a control remoto, del Caballero que planifica cruzadas
suicidarias.
Hay que sostener a La Elegida, aunque el artificio del cesarismo
conyugal haya, estructuralmente, fracasado.
Novela de caballería
Bastantes dirigentes peronistas, con distintos niveles de inconciencia, de
ostensible carencia de arrojo, y con un sentido de la resignación que se
confunde espantosamente con la lealtad, se dejan arrastrar, bruscamente, hacia
el abismo. Conjuntamente con los transversales alquilados. Los que nada tienen,
en esta novela de caballería, para perder.
El viento huracanado del
kirchnerismo los envuelve, aún en su abrupta declinación. Hasta introducirlos en
el actual laberinto de la estupidez.
Se asemejan, los infortunados escuderos
del peronismo encuadrado, al peor Sancho Panza de la literatura. Porque siguen
al Don Quijote inculto y sin encanto. A pesar del perjudicial pragmatismo que
suele caracterizar a Los Sanchos. Y del realismo que les permitió capturar,
hasta aquí, las posiciones de privilegio que, sistemáticamente,
desperdician.
Porque nuestro Quijote los estimula para encarar las
confrontaciones imaginarias.
Para la política, y sobre todo para la
literatura, Sancho Panza es infinitamente más gravitante que el Quijote. Para
discutirlo con la señora Sarlo. El héroe es el alucinado, impunemente sediento
de glorias artificiales. Arrastra a los sensatos, a los Sanchos, para la epopeya
de colisionar contra los enemigos. Los Gigantes. Aunque se trate de eventuales
semáforos sin onda verde. Desiguales postes de luz. Chacareros colectivamente
agredidos con las lanzas de juguete.
Gigantes
Por lo tanto, la angustia del Sancho Felipe es expresivamente densa.
Como
la duda que intenta manifestar el Sancho Moyano.
Más saludables, en el fondo,
tanto la angustia como la duda, que la convicción fundamentalista del Sancho
Aníbal. Un destacado teólogo, infortunadamente irreconocido, que interpretaba
que la Iglesia debía pensar como él.
Si quieren sobrevivir, y para que sobreviva la superstición nacional del
peronismo, Los Sanchos tienen que rebelarse. Atreverse a contradecir, tío Plinio
querido, al Quijote, que los instiga al zafarrancho del ridículo.
Para colmo,
Los Sanchos no deben ser tomados como ningunos tibios.
Hijitos involuntarios
del bello Lousteau, ellos tienen la obligación de estimularse, con el magnetismo
implícito en las arengas autistas de El Quijote.
Tienen que colocarse adentro
de la armadura. Y embestir, mediáticamente, contra los Gigantes.
Contra los
oligarcas indescifrables como Buzzi.
Terratenientes, inescrupulosamente
expoliadores, como El Alfredo.
Dos neoliberales que resisten la cruzada
noble, por una justa redistribució n del ingreso.
Contra comandantes
despóticamente temibles como Miguens.
Bayoneteros feroces que atacan a saco,
como Llambías. Tiranos vengativos, potencialmente violadores, como
Biolcatti.
Con el pretexto glorioso de encolumnarse. Para defender el
gobierno desarticulado de Dulcinea del Toboso. Que es contra quien, en
definitiva, conspiran. Tanto el Quijote alucinado como los Sanchos
envueltos.
Qué será será
Saben que, con Kirchner, el destino queda a merced de la incertidumbre.
La
música de fondo ya no es la del tango nietzscheano “Chau, no va más”.
Es la
música tierna del “Que será será”, de Doris Day. Aquella rubia que tanto
emocionaba, en tiempos de inocencia lícita, a la tía Edelma.
Algunos Sanchos
aceptan, confidencialmente, que el Quijote traspasa los bordes inquietantes de
la racionalidad. Por lo tanto, descartan, de plano, que sea viable el paso al
costado.
Cuesta entender entonces, tío Plinio querido, que la Argentina
dependa más de la psicología que de la economía. Como lo escribió aquí Rocamora,
y se le copiaron tantos inspirados.
Que el país esté, en definitiva, más para
Pichón Riviere, que para Natalio Botana.
Dígale a tía Edelma que la Argentina, a pesar de Kirchner, viene
astrológicamente bien.
Es un país Rata de Fuego, y en el Año de la Rata de
Tierra mantiene la aspectación más favorable. Falta apenas que nuestro Quijote
acierte en el indispensable paso al costado. Ni siquiera hacia atrás. Al
costado. Y borrarse.